No son conejos híbridos, son conejos hambrientos
Desde hace unas semanas, se está hablando de una
supuesta plaga de “conejos híbridos” que están arrasando los cultivos
españoles. Estos animales, una mezcla entre los conejos silvestres y los
domésticos, están ocasionando numerosos daños a los cultivos en varias zonas de
España. Estos graves daños a la agricultura se achacan a su mayor tamaño, su
mayor capacidad reproductora, su mayor voracidad y comportamientos atípicos
para la especie.
Pero este escenario no se corresponde con la
realidad.
En primer lugar, hay que aclarar que el conejo
silvestre o de monte (Oryctolagus cuniculus) es una especie nativa de la península
ibérica. Todas las variedades de conejo doméstico han derivado a partir de la
subespecie O. cuniculus cuniculus. Por tanto, los conejos silvestres y domésticos
son la misma especie.
Es cierto que podemos encontrar en algunas
poblaciones silvestres conejos con rasgos de “domésticos” debido, posiblemente,
a la suelta de conejos de dudosa genética usados en algunas repoblaciones de
caza, pero esta presencia es meramente testimonial. Las “excepcionales
capacidades” que se atribuyen a los supuestos conejos híbridos son igualmente
propias de los conejos silvestres.
El conejo es una especie evolutivamente diseñada
para ser abundante, para poder sobrellevar la elevada mortalidad que sufren sus
poblaciones silvestres debido a la depredación.
La pérdida de autorregulación y funcionalidad de los
ecosistemas, normalmente debida a intervenciones humanas, suele llevar a
fuertes desequilibrios, como por ejemplo la extinción de especies o, en la otra
dirección, abundancias mas altas de lo deseado.
En el caso del conejo hay tres elementos clave que
han generado estos desequilibrios: escasez de alimento natural, falta de
depredación (natural y cinegética) y la reducción del impacto negativo de las
enfermedades.
La presencia de estructuras lineales como carreteras
y vías de tren y un suelo más blando para excavar madrigueras también pueden
ser factores determinantes.
Un estudio realizado en viñedos de Córdoba determinó
que los daños causados por los conejos estaban condicionados por la cantidad de
alimento natural (diversidad y abundancia de herbáceas) y no solo por la
abundancia de este mamífero. Es decir, a abundancias similares de conejo, los
daños en los cultivos son mucho mayores en aquellos donde la disponibilidad de
alimento natural es escasa. En otras palabras, la eliminación de las llamadas
“malas hierbas” fuerza a los conejos a alimentarse de los cultivos. Este
fenómeno podría haberse acentuado este año por la sequía.
Esta interacción entre densidad de conejos y
disponibilidad de alimento natural no es baladí, ya que pocos conejos sin otra
fuente alternativa de alimento pueden ocasionar daños severos a los cultivos.
Las viñas son un cultivo muy sensible a la herbivoría: un número bajo de
conejos alimentándose de los brotes que originan los racimos provocan pérdidas
sustanciosas.
En realidad, las abundancias de conejo que presenta
la mayoría de las zonas afectadas no llegan a ser tan altas como en otras
donde, al no haber cultivos tan sensibles, no existe conflicto.
Aunque parezca paradójico, los daños pueden
mitigarse si aumentamos la disponibilidad de alimento natural para reducir la
presión sobre los cultivos. Por ejemplo, permitir el crecimiento de las
cubiertas vegetales entre las calles de cultivos leñosos o mantener la
vegetación en zonas incultas (linderos, taludes, arroyos, bordes de caminos…)
pueden ser buenas estrategias para aumentar la presencia de alimento.
El control de depredadores como el zorro, una
práctica habitual en España, y la menor diversidad y abundancia de depredadores
en algunas zonas alteradas como los paisajes agrícolas, también contribuyen a
explicar el aumento local de las poblaciones de conejo.
Además, ante la ausencia de depredadores, los
conejos pueden alejarse distancias considerables desde sus refugios porque el
riesgo de depredación es bajo, lo que puede aumentar sensiblemente el radio de
los daños a partir de los núcleos de población.
Finalmente, el sector de la caza, que podría actuar
como “depredador subsidiario”, es un gremio venido a menos que apenas puede
controlar las poblaciones localmente sobreabundantes.
Poco nos acordamos de las abundancias de conejo
antes de la llegada de la mixomatosis o de la enfermedad hemorrágica vírica,
cuando se cazaban más de 10 millones de conejos al año. En la actualidad, apenas
llegan a los 6 millones.
Estas dos enfermedades, ya consideradas endémicas
después de llevar coexistiendo con los conejos más de 80 y 30 años
respectivamente, parecen haber reducido su virulencia, y los conejos han ganado
cierta resistencia, reduciéndose así el efecto negativo en sus poblaciones.
Además, las poblaciones más abundantes son las que
tienen menor mortalidad por enfermedad. Presumiblemente, porque hay mayor
probabilidad de que circulen los virus dentro de la población y de que
adquieran inmunidad. Por tanto, en las poblaciones localmente abundantes, como
pueden ser las zonas de daños, es esperable que tengan una mayor prevalencia de
anticuerpos frente a ambas enfermedades.
En definitiva, es la disfunción del ecosistema y no
la hibridación la que está provocando estos daños.
Las noticias infundadas que difaman a los conejos
contribuyen a generar un clima de crispación y confusión que puede derivar en
acusaciones falsas y acciones en contra de esta especie clave para el
ecosistema.
(*) Firman
este artículo: José Guerrero Casado, profesor del Departamento de Zoología,
Universidad de Córdoba; Carlos Rouco Zufiaurre, profesor Titular de Ecología,
Universidad de Sevilla, y Francisco Sánchez Tortosa, catedrático de
Universidad, área de Zoología, Universidad de Córdoba.
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